miércoles, 9 de julio de 2014

UTEM / VILLA OLIMPICA

   Partimos como de costumbre pero era incierto el destino, no sé si era porque no lo dijeron o porque simplemente no lo escuché y creo que eso era lo más probable. Caminamos pero no era hacia ningún paradero, era un tanto más conocido el camino. El parque Almagro no me sorprende,  lo que si siempre lo hace son esas piedras monolíticas, ¿De qué estarán hechas?  Me gusta pensar que los extraterrestres las pusieron ahí, debe ser bacán que un cabro chico pase e imagine las mismas cosas, deben ser aún más gigantescas y aún más alienígenas.
   A lo lejos se veían los Juegos Diana y empezaba a recordar varios domingos infantiles de entretención con esa rueda,  ese carrusel y esos juegos que una vez me dieron los tickets suficientes para canjear un run-run de plástico de dos colores, la mejor arma para combatir a  hermanos chicos, pero ahora se veía todo tan pequeño, tan muerto. Escuché mientras pasaba por los espejos deformes que el fin de semana era más buena onda y vivía un poco más el lugar, que fueramos para atrás porque ahora ese espacio era también parte del edificio,  que antes había sido algo de las monjas y posiblemente sería un centro cultural. Rodeados de cabezas de fibra y escenografía dada de baja se notaba el cambio de galpón a más masa, bajamos hacia un escenario a oscuras, sólo se veía un letrero agringado que indicaba la salida. Después de un rato los ojos se acostumbran y justo en ese momento era hora se seguir recorriendo. Escaleras, barandas y cortinas como aterciopeladas nos rodeaban. Subimos a la otra planta llena de caballos inmóviles y pilas de revistas independientes, seguía reinando el misterio de lo antiguo y un futuro prometedor.
   Ya era hora de seguir el rumbo; caminamos por calles tan parecidas a 10 de Julio pero más estrechas; olor a grasa y autos descuartizados reinaban ¿Lo distinto de otros días? El ambiente mundialero que inundaba el aire con el típico olor a asado, unos gritos varios y el relato del partido  que antecedía al de Chile.
   Lejana se veía esa feria, las amo, están llenas de tesoros ocultos y olor a fruta; enceguecidos  por la ropa perdimos de vista al resto del grupo… si, estábamos perdidos. Caminamos medios desorientados, pasamos por fuera de casas, una iglesia un tanto moderna y nos encontramos con el ciclista que nos llevaría al resto del grupo. Ya era hora de almuerzo y teníamos sed, al entrar al negocio perdimos de vista al ciclista y con jugo en mano estábamos más perdidos que antes. Caminábamos con la idea de llegar a la Villa Olímpica. Casas con ese toque de barrio viejo nos rodeaban, creo haberme tropezado un par de veces  y el ambiente futbolero era imposible ignorar ¿Cuánto falta? ¿Llegaremos a la villa? ¿Llegaremos a ver el partido? Caminábamos lo más rápido que podíamos acalorados en invierno, en Vicuña Mackenna nos encontramos nuevamente con el ciclista. Seguíamos caminando y si, ahora si llegaríamos a la villa olímpica; esa ropa que tanto amé por salvarme del frío matutino, a esa hora la odiaba.
   Edificios de baja altura y casas que siempre imaginé un tanto sesenteras nos daban la bienvenida y por fin faltaba poco para llegar a destino… al parecer ya habíamos llegado pero, nos perdimos la historia del lugar, recordamos algo del mundial del 62’ que por eso habían sido construidas o algo así, fue inevitable  tararear la canción. Al pasar por un colegio varios niños estaban con banderas, caras pintadas y sombreros con la ilusión de que su ídolo hiciera un gol. Chao villa Olímpica.

   Al tomar la micro nos dimos cuenta lo brígido del partido que aún no comenzaba, la gente media disfrazada coreaba el “SACHEÍ”. Harto feliz, bien eufórica y sobre todo esperanzada en el triunfo. Faltaba poco para que empezara el partido. Es chistosa la gente así, más chistosa era la chiquilla que andaba con antenas de bandera que juraba que tiraba toda la pinta del mundo, nos arrepentimos de gritarle una tontera, no había que arruinar ese ambiente por nosotros los amargados ¿Quién sabe si Chile gana el partido?

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