Como ya sabemos, el ser humano
está en una perpetua contradicción: el instinto y la razón compiten
constantemente para definir toda decisión y actitud en la vida. Es por esto que
cada decisión racional tiene su contraparte irracional, emotiva, instintiva,
muchas veces inexplicable; igual que el sedentarismo heredado del neolítico
tiene una reacción nómade, hermana del impulso animal que recorre el territorio
para apropiarse de él.
Como también sabemos, la superficie terrestre
fue hace largo tiempo declarada descubierta, mapeada y conocida. Sin embargo,
en la sociedad de las rápidas transformaciones y contradicciones simultáneas,
lo mapeado, registrado y teorizado se hace insuficiente para comprender la
realidad física y social que emerge y desaparece intermitentemente en nuestras
ciudades. En ese sentido, la exploración, el caminar como medio para apropiarse
temporal (pero irrevocablemente) del territorio, se convierte en una
herramienta plausible en este re-descubrimiento de una realidad artificial y
que, muchas veces, no suele aparecer en medios tradicionales.
Utilizando este mismo método
empírico, definimos una ruta referencial para nuestra ciudad, Santiago de
Chile. El trayecto que definimos para re-conocerla es de Norte a Sur, pero
considerando los bordes urbanos y el encuentro con áreas rurales y agrícolas.
Comenzamos subiendo un cerro sin
nombre, al norte de Colina, caminando por su ladera. Caminamos a través de una
zanja, que al parecer recorría todo el cerro en determinada altura. Después
comprobamos que era una canalización de agua, cuyo origen ni destino pudimos
comprobar. En la zanja, que en algunos tramos era un túnel de roca, había
basura, zapatos, latas de cerveza. Parecía ser un lugar utilizado más de una
vez como refugio de la ciudad, sobre todo por la capacidad física de dar
refugio y al mismo tiempo concentrar una vista muy interesante de la ciudad.
Descendimos por la ladera sur
oriente, a lo que parecía una industria productora de cemento y ladrillos, ubicada entre el
cerro y condominios cerrados, imagen realmente contrastante desde la panorámica
en altura. Pasamos fuera de un colegio, cuya vista era obstaculizada.
El colegio era parte de uno de
los barrios-condominio que habíamos visto antes desde el cerro. Era un barrio
residencial, con áreas verdes privadas, con calles cuyos nombres eran “Calle
Privada 1”, el espacio público limitaba con una reja que separaba condominios.
Lo primero que pensé fue que era un lugar sin identidad, genérico, insípido.
Ya en el borde del condominio
recorrimos el límite de proyectos que apuntaban al mismo tipo de vivienda. Sin
embargo, cruzando una esquina, nos encontramos con una ciudad radicalmente
diferente. Una ciudad menos rica, pero mucho más viva. Pasamos, inmediatamente
después a una zona de bodegas, propia de un barrio empresarial.
El fin de la exploración fue
bordeando el mall Plaza Norte, remate de una secuencia muy contradictoria desde
un elemento natural, pasando a un espacio destinado a la industria, luego una
burbuja residencial, adyacente a su vez a viviendas mucho más económicas que le
miran la espalda a este gran complejo comercial. Secuencia de realidades muy
contrastantes, sobre todo porque cada una de éstas parece tener una forma
propia de funcionar y no necesariamente de funcionar armónicamente con el resto
de la ciudad.
Por Felipe Avalos L.
Por Felipe Avalos L.
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